Cargar a tu bebé ¿lo estimula?
Por Raquel Azses
Algunas normas sociales, médicas o familiares indican que a los niños hay que cargarlos lo menos posible: para su higiene y alimentación para que “no se echen a perder”.
Los niños criados a la vieja usanza eran amamantados a discreción, transportados en proximidad constante con la madre, compartiendo la misma cama con la madre.
Los niños hoy son alimentados en biberón, empujados en carritos, alejados de sus padres por la noche. En las unidades de neonatología de la civilización occidental moderna hay muy pocas posibilidades de recibir consuelo. El recién nacido, cuya piel está pidiendo a gritos volver a sentir aquella carne suave, cálida y viva con la que estaba en contacto, es colocado en una caja y dejado ahí, por más que llore, en un limbo donde no hay el menor movimiento (por primera vez en toda la experiencia de su cuerpo, en los siglos de evolución o en la eternidad vivida en el útero).
Contacto físico constante
Marshall Klaus y John Kennell desde 1976 descubrieron que para los humanos, igual que para otros mamíferos, hay un “periodo sensitivo”, justo en el instante del nacimiento, en el que madres e hijos están programados para beneficiarse mutuamente del contacto. Los estudios demuestran que toda cría mamífera necesita un contacto físico constante.
Cuando nacemos, el principal plan que tiene la naturaleza para nosotros es que podamos sobrevivir. Para ello nos “apega” con las personas que nos cuidan. Por eso es tan importante que los bebés demanden atención cuando no estamos cerca y por ello es tan importante que nosotros intentemos satisfacer sus necesidades más urgentes (alimento, sueño, higiene, contacto…), sólo así se crea un apego seguro entre el niño y sus padres: el niño se da cuenta que tiene personas que lo quieren y lo cuidarán pase lo que pase.
El bebé no pretende tomarnos el pelo, simplemente tiene necesidades físicas o afectivas que al ser cubiertas les proporcionan la seguridad básica de la supervivencia, necesaria para su desarrollo emocional, intelectual y físico.
Al atender esas necesidades se logra dejarle bien claro de manera implícita al bebé que “siempre” estaremos con él, que “siempre” lo querremos y lo cuidaremos, aunque a veces no nos guste “exactamente” lo que hace. Eso es la base de una personalidad segura, independiente y con una autoestima capaz de soportar altibajos y adversidades.
Según la psicóloga A. N. Schore, el “vínculo” o “apego” maternal afecta directamente a la parte derecha del cerebro, que regula todos los mecanismos relacionados con el control de las emociones y con el desarrollo de la memoria. Shore sostiene que la separación prematura puede impedir el “desarrollo óptimo” del cerebro en esa etapa crucial que va de los cero a los tres años. La proximidad física padres-hijos, en cambio, redunda directamente en la inteligencia, en la capacidad motriz y en el equilibrio emocional.
Como conclusión, parece ser que tocar y abrazar a los bebés es una de las mejores cosas que se pueden hacer para garantizar su correcto desarrollo emocional y afectivo y toda una inversión para el futuro: está escrito en el instinto de cualquier mamífero saludable. Así que, como alguien decía una vez: “cree en el llanto de tu hijo, abrázalo, consuélalo, tenlo cerca de ti y no le niegues ni un solo abrazo, ni una sola vez le escatimes tu contacto”, porque para un bebé pequeñito el ansia de ser tocado puede ser tan apremiante como la necesidad de comer.
Libro recomendado: Stadlen, Naomi, Lo que hacen las madres: sobre todo cuando parece que no hacen nada, Editorial: Urano