Alto: evalúa tu relación
¿Cómo anda la vida con tu media naranja? A veces damos todo por sentado y en esta ocasión te invito a reflexionar acerca de ello. Por: Guadalupe Alemán
La vida en pareja es como un viaje en barco: algunos días parece crucero de lujo, y otros, el mar se pone tormentoso. En ambos casos es difícil decir: “aquí me bajo, gracias”, y muchas parejas prefieren seguir navegando plácidamente por la fuerza de la costumbre. El problema está en que durante el largo trayecto, puede suceder que se nos olvide por qué nos subimos al barco en primer lugar, o cuál era el puerto al que queríamos llegar. Por eso vale la pena hacer un alto de vez en cuando para contemplar el camino recorrido, echarle un vistazo a la brújula y de ser necesario, ¿por qué no? enderezar el rumbo.
Pongan las cosas en una balanza
Admito que da miedo: pocas personas se atreven a poner su relación de pareja bajo el ojo crítico. Sin embargo, da más miedo despertar una mañana para descubrir que vives con un extraño, o para escuchar en boca de tu pareja la fatídica frase: “¿qué rayos hago yo aquí?” Los siguientes puntos te ayudarán a enfrentar esos momentos en que requerimos poner sobre la balanza lo bueno, lo malo y lo feo.
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Elijan el momento adecuado.
Imaginen la siguiente escena: la señora Sánchez está a punto de dar a luz. Ya en el taxi rumbo al hospital, cuando todo parece indicar que el niño va a nacer en pleno Viaducto, su marido le suelta la siguiente bomba: “Mi vida, ¿tú cómo ves el futuro de nuestro matrimonio?” Hay otros momentos igual de malos (o peores) para tocar este tema:
- a) En medio de una pelea.
Cuando los miembros de una pareja están demasiado ocupados sacándose los ojos, la respuesta a la temible pregunta “¿cómo vamos?” suele reducirse a una sola y contundente frase: “¡de la patada!”. Ése es un callejón sin salida al cual no les conviene llegar.
- b) Bajo condiciones de extremo stress. Las reflexiones en torno
al matrimonio −o a cualquier otro asunto serio− requieren cierta calma y serenidad. Si se encuentran al borde de un ataque de nervios a causa de alguna situación especialmente difícil (por ejemplo, el embargo de su departamento) más vale esperar un poco a que pase la tormenta. Así podrán controlar mejor sus emociones y expresarse con mayor claridad.
- c) Delante de otros. Ni se les ocurra ponerse a filosofar acerca de los pros y contras de su relación enfrente de esa prima amargada que saborea la infelicidad ajena como un vampiro; o delante de sus cuates del alma que sin duda aportarán cientos de consejos no solicitados. Por lo que más quieran, ¡esperen a estar solos para discutir su vida conyugal!
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Construyan el espacio adecuado.
Lo mejor es buscar un sitio cómodo en donde puedan estar solos durante varias horas sin ser interrumpidos −un fin de semana fuera de casa sería ideal− pero no se trata solamente de encontrar un espacio físico adecuado, sino de preparar un espacio emocional. De entrada, los dos tienen que es tar en el mismo canal y convenir que es hora de platicar con calma. No está de más planear una cita con anticipación y reservar en alguno de sus restaurantes favoritos. Así tendrán menos excusas para posponer o cancelar su conversación.
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No conviertan el asunto en un melodrama.
Sentarte a platicar con tu pareja acerca de algo muy importante para ustedes −es decir, su vida en común− no tiene por qué convertirse en la antesala de un drama marca llorarás. Sin embargo, algunas personas creen que la frase “me gustaría hablar contigo” en realidad significa “estoy buscando pelea” o “ya no te quiero”. Nada más falso. Se trata de que este encuentro entre personas que se aman sea un paréntesis provechoso en medio de la rutina cotidiana: un momento privilegiado para verse desde fuera, darse cuenta de todo lo que tienen y recordarse mutuamente en dónde deben echarle más ganas.
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Sean valientes.
Una conversación sincera podría llevarles a tocar algún aspecto doloroso de sus vidas, a confesar sentimientos que habían preferido ignorar o a descubrir fallas en su relación. Bien, pues justamente de eso se trata. Hablar de sus dificultades no es el preludio al divorcio, sino todo lo contrario: es la única forma de empezar a solucionarlas. Así que no se limiten a darse palmaditas en la espalda (“vamos de lujo, ¿verdad mi amor?”), y no se vayan por las ramas cuando la plática se ponga incómoda. Las siguientes preguntas pueden servirles como guía para explorar el meollo del asunto:
- a) ¿Seguimos siendo tan amigos como antes?
- b) ¿Nuestra comunicación es buena?
- c) ¿Nuestras metas como individuos coinciden con nuestras metas como pareja? ¿Tenemos claras esas metas?
- d) ¿Nuestra vida sexual es satisfactoria?
- e) ¿Cuál es el principal motivo de nuestras peleas?¿Cómo las solucionamos?
- f) ¿Hay algo que extrañamos de cuando éramos novios? ¿Qué es?¿Por qué desapareció?
- g) ¿Qué nos preocupa más acerca de nuestra relación?
- Usen la máquina del tiempo.
Y no me refiero un aparato de la ciencia ficción, sino a otro mecanismo mucho más accesible: la memoria. Ésta les ayudará para vencer la costumbre, uno de los peores enemigos de la pareja. Recuerden las razones por las cuales se enamoraron y díganselas mutuamente.
Traten de mirarse el uno al otro como cuando se gustaron por primera vez y vuelvan a seducirse. Quizás el verdadero amor es eterno, pero las formas de manifestarlo necesitan ser renovadas de vez en cuando. ¡No pierdan la oportunidad de renovación durante este breve análisis!
- No sobreanalicen las cosas.
Conozco a una mujer tan insegura, que cada quince minutos necesita colgarse del brazo de su marido para gemir lastimeramente: “¿me quieres?” También conozco a un esposo obsesivo que interpreta cualquier dolorcito de cabeza de su mujer como una señal inequívoca de que ella ya no lo encuentra atractivo. Mientras tanto, la mujer en cuestión se la pasa contándole a medio mundo (desde el chofer del pesero hasta el chavo que entrega pizzas) todos los pormenores de su matrimonio: que si él siempre le lleva flores en su aniversario de noviazgo, que si los domingos por la noche ven películas de terror en la cama, que si a él le molesta la forma en que ella apachurra el tubo de pasta dental… etcétera. Creo que intenta entender su propia relación de pareja explicándosela a los demás, pero es mortalmente aburrido. ¿A dónde voy con todo esto? Fácil: ¡no se azoten! Ponerse a reflexionar de vez en cuando acerca de su vida en común es muy sano, pero darle vuelo a la hilacha las veinticuatro horas del día ya se considera conducta paranoide.
- Sean objetivos.
Para que este ejercicio de reflexión rinda frutos, es importante mirarse “desde afuera” y olvidarse del orgullo. Se dice fácil, pero hay que ir con buena disposición a escuchar cosas que quizá no nos gusten, a decir cosas que habíamos preferido callar hasta ese momento y a trabajar juntos por la felicidad de los dos. Así, en estos diálogos no hay vencedor ni vencido, no hay héroe y no hay villano. Más les vale no resucitar viejos
rencores y no aventarse culpas por los errores del pasado. (“Claro, dejamos de viajar juntos por tu maldito trabajo”, “Si tú no estuvieras tan pegado a las faldas de mamita, seríamos más unidos”, “antes de que salieras con tus amigotes eras súper detallista conmigo”, etcétera). Los dos forman un solo equipo con una meta común, y así es como deben comunicarse.
- Celebren lo bueno.
Si somos felices, rara vez hablamos de ello. En cambio, cualquier contratiempo nos da pretexto para quejarnos de sol a sombra con el primer incauto que traiga las orejas puestas.
Cuidado con el pesimismo crónico: una plática seria con tu pareja no tiene por qué limitarse a explorar los aspectos negativos de la relación. Y aunque resulta fundamental no sacarle la vuelta a lo difícil (ver punto 4), también hay que detenerse a admirar los logros, las pruebas superadas y los momentos gozosos.
Felicítense mutuamente por haber llegado hasta donde llegaron, descorchen una buena botella de vino y brinden por su amor.
- ¡Manos a la obra!
Hablar con tu pareja acerca de lo que podrían mejorar no basta. Les toca a los dos proponer soluciones prácticas y viables para renovar su matrimonio, por ejemplo: “saquemos la tele del cuarto para comunicarnos mejor” o “vamos a andar en bicicleta
cada sábado como cuando éramos novios”. Sólo así podrán decir que su conversación
trascendió el viaje cósmico y logró unirlos un poquito más.
Fuente: Revista Bebé, año 11 núm. 128, Mexico.