Osos y cobijas de trapo…
La importancia de los “objetos de seguridad” Por: Sharon Rapoport
La mayoría de los niños tienen un “objeto de seguridad” por algún tiempo: entender los beneficios que le proporciona te ayudará a lidiar con ello más fácilmente.
La cobijita que el bebé no suelta, ni para caminar, ni para dormir, el oso mil veces perdido y encontrado, la muñeca con la que encuentras a la nena hablando en su cuna todas las mañanas… Si tu hijo tiene una fijación especial con un objeto, sabrás que para él es irremplazable. Aunque desde nuestra perspectiva adulta es difícil de comprender, los llamados “objetos de seguridad”, cumplen una función importante en la niñez temprana.
Objetos de transición
Los humanos requerimos contacto íntimo durante la primera infancia. El crecimiento del cerebro, la regulación emocional y el desarrollo cognitivo y físico dependen de las experiencias positivas en los primeros meses y años de vida. Frecuentemente, los niños buscan un objeto que sirva como extensión a la relación más íntima que conocen: la relación con mamá. La mayoría escoge objetos que les recuerden su cabello, piel o aroma. Con esa asociación, el niño puede llevar un poco de mamá a donde quiera que vaya. Es por ello que a los compañeritos inanimados se les llama “objetos transicionales”, pues ayudan al niño a dar el paso entre la seguridad de los brazos maternos y el mundo exterior (que en esta etapa puede significar el cuarto de junto).
Alrededor de los seis meses de edad, el bebé comienza a buscar objetos como fuente de conexión emocional, adicional a la que ha establecido con los padres. Pero ¿por qué escoge al pato desabrido en vez del tierno oso que le regaló la abuela? El proceso mediante el cual selecciona el objeto es bastante arbitrario y hay poco que puedas hacer para influenciarlo: quizá se sienta atraído por el color o la textura, quizá por la forma del objeto.
Es normal que en esta etapa el niño establezca una rutina que involucre al objeto, como restregar la orilla satinada de la cobija contra su cara antes de dormir o torcer la oreja del animalito. Estas acciones repetitivas les ayudan a calmarse, y muchas veces se centran en la boca o la nariz, pues el aroma puede ser tranquilizante.
A medida en que el niño crece y aprende a caminar, su búsqueda de independencia puede profundizar su dependencia en el objeto. Alrededor de la edad en que comienzan a caminar, también desarrollan el concepto de la permanencia de objeto –saber que mamá todavía existe aunque yo ya no la vea-. El juguete le proporciona seguridad para explorar cuando se aleja de mamá.
“Osito” va a la escuela.
Durante los años preescolares, un niño es más independiente y tiene los recursos mentales y sociales para ayudarle a hacer la transición del hogar hacia el territorio desconocido del kindergarden, donde se verá forzado a lidiar con otros niños. A medida que las habilidades de comunicación del niño mejoran, su relación con el objeto inanimado también evoluciona.
El juguete adquiere características propias y personalidad, haciendo las veces de compañero o amigo. Por medio del juguete, el niño puede actuar y revivir las interacciones sociales e incidentes que vive en el día. También, es una forma de experimentar con los límites; el niño no tiene que asumir la responsabilidad de todas las acciones y opiniones del juguete (“Mamá, a Pinky no le gustó esta carne” o “Pinky, ¿por qué me dijiste que nos saliéramos al jardín sin avisarle a mamá?”). La nueva modalidad de la relación con el juguete aún deja espacio a los viejos rituales, como abrazarlo para dormir. No es necesario que lo desanimes para tranquilizarse de esta manera.
En las épocas de crisis (divorcio de los padres, nacimiento de un hermanito, cambio de domicilio), el objeto de seguridad se hace más necesario que nunca.
¿Debes preocuparte?
Alrededor de los 4 años, una dependencia excesiva hacia el juguete puede ser inadecuada si interfiere con la habilidad del niño para relacionarse con otras personas (sólo habla con el muñeco), le impide realizar actividades (no puede pintar o subir a la resbaladilla porque está sujetando al oso) o le ocasiona burlas de sus compañeros. En este caso, puedes hablar con la maestra o pediatra para obtener ayuda.
A esta edad puedes comenzar a limitar el uso del objeto. Establece algunas reglas, como por ejemplo que el objeto debe quedarse en casa, y si va a la escuela debe permanecer dentro de la mochila. Trata de ser flexible y comprensiva con tu hijo. Ganarás más tratando al objeto como parte importante de su vida, que ridiculizando por su afición. Es mejor llegar a cierto arreglo, por ejemplo, comprometerte a “cuidar” al elefantito mientras tu pequeño está en la escuela, que decir “ya tienes 4 años y no puedes estar cargando con este mono a todas partes”.
- Recuerda que lo más probable es que el objeto siga siendo parte de la vida de tu hijo por varios años más, aunque de manera periférica. Alrededor de le etapa de pre-primaria es probable que la pasión por el objeto haya desaparecido, pero éste todavía cumple una función. Ahora que el niño ya tiene amigos de verdad, con opiniones propias, el objeto es un pedacito de su hogar, de lo que es cómodo y familiar. Algunos niños llevan un pedazo de su cobija en un bolsillo de su mochila, ello les permite sentirse más seguros. Aunque también obtendrán seguridad a través de las relaciones que establezcan, no es patológico que en ciertos momentos regresen al viejo peluche o la cobija. No hagas gran revuelo, pero trata de sustituirlo por un juguete más adecuado a su edad.
Puede ser que en esta etapa, tu hijo adopte nuevos juguetes como compañeros. Quizá se trate de un grupo completo de juguetes, que hablan y juegan entre sí, y que el niño alterna para dormir con ellos. Los sicólogos les denominan “objetos de seguridad temporales”, porque son intercambiables, y se utilizan para experimentar con los sentimientos de exclusión social que surgen periódicamente durante las interacciones del niño con otros compañeros. Pero NO tires a “Osito”. Junto con los primeros zapatos y la foto de recién nacido, o de los tesoros de la infancia del bebé.
El dedo y el chupón: los primeros objetos de seguridad
Succionar les proporciona a los niños una sensación de bienestar, y esta habilidad para tranquilizarse solos evoluciona en un romance con el dedo o el chupón, mucho antes de que puedan abrazar a un peluche o torcer la orilla de una cobija. En ocasiones, los adultos se preocupan de que la dependencia excesiva al dedo o al chupón signifique que el niño está mostrando una carencia de amor o seguridad, pero muchos bebés felices y muy queridos pasan gran parte de sus primeros años con la boca ocupada en estos objetos.
Se recomienda que los padres ayuden al niño a suspender el hábito de chuparse el dedo entre los 2 ó 3 años, cuando puede comenzar a causar problemas en los dientes. Trata de mantener sus manitas ocupadas con actividades durante el día, y por la noche, enséñale a dormir con los brazos entrelazados en un animal de peluche.
Si “Osito” se pierde…
La pérdida del objeto preferido muchas veces resulta en un drama familiar. El niño llora por su peluche y reemplazarlo no siempre es fácil. Él percibe, por la textura o el aroma, que aunque el muñeco es igual, no es el mismo. El periodo de aclimatación puede ser turbulento.
Generalmente el niño formará un nuevo vínculo rápidamente, aunque quizá le dé la espalda al sustituto -que recorriste cinco tiendas para encontrar-, favoreciendo a un juguete distinto. Ten paciencia, pronto formará un vínculo con el nuevo objeto y eso lo tranquilizará.