Niño de Cristal (Carta a mi hijo con neurodivergencia)
Siento que a cada paso que das te desbaratas pero la que se desbarata soy yo.
Siento que a cada movimiento que ejecutan tus brazos y tus manos, te alejas más de mi, tal vez la que se aleja soy yo. Me invade la alegría y la tristeza cuando te escucho reír, porque la convicción me dice que todo es finito pero me gustaría congelar todo y quedarme de forma infinita, mirando en repetidas ocasiones tu nariz afilada y tus pequeños dientes que apenas llevan pocos años existiendo. Se me hace pequeño el corazón cuando te miro llorar y rabiar y mover velozmente tus pupilas buscando en el laberinto de tu mente la conexión correcta, con las respuestas correctas, si es que acaso algo lo es. Y muero por ser yo mirando el mundo a través de ti y lograr descifrar si en tu cabeza hay nubes de lluvia o algodón de azúcar, si hay tormenta o quietud, si eres un torbellino como cuando bailas y cantas de forma tan disciplinada, con la espalda tan recta, con los movimientos memorizados, como si todo tú fueras una construcción rígida, que no soporta los calcetines de nylon, ni cortaste las uñas, ni lavarse las axilas; si eres un mar fuerte, gigante, en total calma, con movimientos lentos apenas provocados por la brisa, suaves y cálidos, como cuando te acomodas en el hueco de mis brazos y nos miramos con los ojos cristalizados y reímos, y lloramos, y gritamos; logramos comunicarnos atravesando las miradas, algo que no conseguimos con el lenguaje oral o escrito, y creamos un lenguaje del amor que cuenta historias de dinosaurios y superhéroes.
Siento que te fragmentas en mis brazos, pero la que se fragmenta soy yo.
Llena de ansiedad pensando si algún día podrás salir solo al mundo, imaginarte cruzar una calle me destroza, imaginarte en una calle oscura, en medio de la noche, como yo lo he estado tantas veces me taladra el corazón, me enloquece.
Y entonces le temo a mi boca y sus dagas de punta caliente, palabras equivocadas cargadas de mi frustración e ignorancia, odio no poder quitar todo el entendimiento de mi cerebro y ponerlo en el tuyo y a veces odio mi útero que te formó perfecto para volar, pero imperfecto para el mundo. “Es difícil ser diferente” dicen los gatos alados, de las historias nocturnas que Ursula K. Leguin nos regala y entonces tú me sonríes, me tomas de la mano y te limpias con la otra los mocos y otra vez nos comunicamos, por que sabes que eres diferente y yo sé que soy diferente y que no cabemos en este mundo, en estas calles, en este sistema y mucho de lo que tú entiendes yo no, mucho de lo que yo entiendo, tú no.
“En mi corazón siempre estarás”, te cantaba cuando eras bebé, en las noches cuando ni tú, ni la luna, ni yo logramos dormir y sigo sin descifrar qué pasa por esa pequeña mente y tú sigues sin poder expresármelo, sólo sonríes, solo caminas, separas toda la comida del plato, buscas la mezcla más heterogénea y lo comes lentamente en orden y te colocas la ropa (al revés) como un proceso mecánico y así llevas a cabo cada tarea, cómo si tuvieras un manual, como si tu mente solo asimilara los procesos y veo tus ojos y seguro piensas en dinosaurios y superhéroes, de pronto te ríes, te da un ataque de risa, mientras yo lucho por que te vistas y te quedas desnudo y frío, segundos, minutos y juegas con tus dedos y yo no logro entender cómo puedes ser tan frágil, como puedes ser tan valiente, para sin saberlo, definir tu existencia ¿Cómo es que logras discernir las emociones que se arremolinan en tu interior? ¿Cómo es que logras lejos de mi no quebrarte? ¿Cómo puedes vivir sin que te explique el mundo? Y entonces me doy cuenta que yo soy la que necesita que me expliques el mundo, que me guíes para vivirlo, para ser feliz, para no desaparecer, para poder cruzar la calle y poder salir de ese oscuro callejón, en el que de pronto me siento atrapada.
Necesito de tus pequeñas manos, tomando la mía, limpiando los pequeños cristalitos que brotan de mis ojos y me hacen sonreír, te huelo y mi corazón late de la forma más veloz posible, como la primera noche cuando no parabas de llorar y yo solo te susurraba que por favor me dijeras que hacer, por que me sentía perdida, hoy me acerco a tu diminuto oído y lo susurro una vez más, me siento perdida.
Me miras, tus ojos se cristalizan una vez más.
¿Me lees un cuento mamá? Me respondes.
Me deshago en mil pedazos, en tus brazos y te ríes, como loco y sin decirnos nada, nos decimos todo.
Texto por: Carolina Ramírez Fernandez