Amenazas sin sentido
Por: Natalia Fuentes
La educación de nuestros hijos implica muchas veces frustración. Hemos de aceptar que en ocasiones los niños nos desesperan y al no poder controlarlos, decimos cualquier cantidad de tonterías que nos permiten retomar el control de la situación, aunque unos segundos después recapacitemos “Yo no quería decir esto”.
Así que no te preocupes tanto cuando amenazas a tu hijo y luego cambias de parecer porque te das cuenta que es una amenaza sin sentido. Los niños necesitan aprender que los padres son seres humanos y cometen errores, y que además tienen todo el derecho a cambiar de opinión. La próxima vez que expreses a tu hijo algo que luego lamentes, podrás revertirlo. Veamos qué puedes hacer.
Amenazas sin concretar
Supongamos que tus hijos de 5 y 7 años están peleando sin parar y en tu desesperación les dices: “Si no dejan de pelear, no iremos a comer a casa de la abuela”. Te das cuenta de que con esa amenaza no sólo los castigas a ellos, sino también te estás castigando a ti y a toda la familia. Es el momento justo para salir del problema. En ese instante puedes recapacitar y decirles: “No me gustó lo que acabo de decir; encuentren una forma pacífica de jugar o busquen algo más que hacer”. Con esto, les estás dando una opción y además ellos sabrán que tienen la capacidad de resolver el problema por ellos mismos.
Pongamos otro ejemplo: María, de dos años, se niega a dejar de jugar y su mamá lleva prisa, pero no la puede convencer para salir de casa. Ante la desesperación, mamá se acerca a la puerta y dice “Me voy, tendrás que quedarte sola”. Es obvio que es algo que una madre no va a hacer, así que si te ves en una situación similar y tu hija está tranquila y te dice “Adiós, mami”, olvídalo y no vuelvas a mencionarlo. Pero si se asusta, sé sincera, asegúrale que nunca la dejarías y que te arrepientes de lo que dijiste.
En vez de amenazar sin sentido, es mejor anticipar el problema y planear la solución. Si tú sabes que a tu hija le cuesta trabajo salir de casa con rapidez, avísale con mucha anticipación y piensa de qué forma le puedes hacer el proceso más fácil. Por ejemplo: inventa una canción que interpreten juntas al salir de casa. Eso le va a llamar la atención y saldrá gustosa cuando la canten.
¿Te equivocaste?
A la edad de tres años, Andrés se levantó de su cama adormilado después de una pesadilla y se dirigió a la cama de sus papás. Al verlo atemorizado, su papá le dijo: “Ven aquí, puedes dormirte con nosotros”. Unas cuantas noches después sucedió lo mismo y luego volvió a hacerlo una y otra vez.
Si estás en un caso como estos, puedes decir a tu hijo: “Es tarde, es hora de regresar a la cama”. Y si en la siguiente noche sigue insistiendo, deberás explicarle que el permiso de la otra noche fue una concesión especial que no volverá a repetirse. Explícale que mamá y papá necesitan descansar y que por eso cada quien tiene su cama. Si continúa levantándose de su cama para visitarte, debes ser firme y regresarlo. Muchas veces los papás cometemos errores que después no sabemos ni como enmendar, por eso no debes olvidar ser consistente y sobre todo constante en las reglas establecidas en la familia.
Por ejemplo, Pedro, de 6 años, está jugando videojuegos y no le hace el menor caso a su mamá cuando le habla. En el momento en el que él se distrae, la mamá desconecta el juego y lo esconde. Cuando el niño pregunta por su juego, ella le dice que ya lo tiró a la basura y el niño se enfurece, porque además sabe que no es cierto. Es momento de decir la verdad. Puedes comentarle: “Estaba tan enojada porque no me hacías caso, que hice como que lo tiraba, pero vamos a tranquilizarnos y a encontrar la manera de resolver el problema”. De está forma estás reconociendo tu error y el mal comportamiento de tu hijo. Seguramente te reprochará el haberlo engañado, por ello debes corregir abiertamente: “Tienes razón, lo que hice fue una tontería, pero todos tenemos errores. Lo que haremos ahora es…” Esto demuestra lo que es un buen comportamiento y enseñas a tu hijo una importante lección: aprenderá que puede arrepentirse de sus palabras o de sus actos y corregir sus errores. Nunca olvidará que lo educaste para resolver dichas situaciones y decir la verdad. Entenderá perfectamente que pensar dos veces y rectificar te ayuda a mantener relaciones sanas.
Romper una promesa
Supongamos que prometiste darle a tu pequeño un muñeco de peluche por ir al baño solo. Sientes que si no se lo das, le romperás el corazón, pero trata de replantear tu respuesta original. No le presentes el juguete como recompensa por hacer lo que tú querías. Más bien, explícale que es un premio que recibirá una sola vez para celebrar su logro. Si hablas claro con él, evitarás que cada vez que vaya al baño te exija un premio.
Si tu hijo ya es más grande, es muy probable que se enoje cuando no cumples con tu palabra. Sea lo que sea, admite su disgusto y aclara tu decisión: “Entiendo que estés enojado, no debí de haber hecho esa promesa”.
Si te ves en una situación que implique cubrir las necesidades básicas de tu hijo, siempre rectifica tu error. Por ejemplo: si tu pequeño de tres años se sienta a la mesa y arroja la comida al piso, quizá tu reacción inmediata sería: “Si no dejas de hacer eso te vas a ir a dormir sin cenar”. Lo difícil es que probablemente no dejará de hacerlo y tú no vas a cumplir con la amenaza, porque sabes que necesita
cenar después de un largo día de actividad. Tendrás que encontrar otra solución al problema, sin dejar de ser la autoridad. Muchas veces el humor ayuda, así que hazlo reír con alguna frase que permita que los dos se relajen. Y no creas que perderás tu credibilidad como autoridad si te retractas. De hecho ganarás credibilidad, al demostrar que no eres una persona rígida.
Recuerda que los adultos también nos equivocamos, aun ante nuestros hijos. Pero el hecho de que tus hijos vivan todo esto, los hará percibirte como lo que eres, un ser humano como cualquier otro, que a veces acierta y otras se equivoca, pero que siempre tiene la posibilidad de recapacitar, pedir perdón ante los seres que ama y seguir adelante.