Intolerancias Alimentarias
Por: Lorena Stoopen, Nutrióloga
Las intolerancias alimentarias son reacciones adversas a alimentos que, a diferencia de las alergias, no involucran al sistema de defensa del organismo (sistema inmune). Generalmente se presentan cuando el cuerpo por alguna razón no puede digerir o metabolizar un componente del alimento que persiste en el organismo causando problemas.
Las intolerancias alimentarias mejor conocidas son la intolerancia a la lactosa y la intolerancia al gluten.
Intolerancia a la lactosa
La lactosa es el azúcar de la leche, está presente en diferente cantidad en todos los productos derivados de la leche o que incluyen a un derivado de la leche dentro de sus ingredientes.
La lactosa es una sustancia que para poder ser absorbida en el intestino necesita una enzima llamada lactasa. Cuando no se tiene suficiente lactasa, la mayoría de la lactosa que se consume permanece en el intestino en donde es fermentada por la flora bacteriana intestinal; dicha fermentación produce síntomas desagradables como nausea, dolor, distensión abdominal y diarrea.
Los síntomas de la intolerancia a la lactosa pueden aparecer entre 15 minutos y varias horas después de ingerir un alimento que contenga lactosa y su severidad varía de persona a persona.
Cualquier persona puede desarrollar una intolerancia a la lactosa. Normalmente, todos los bebés nacen produciendo suficientes cantidades de la enzima lactasa y el cuerpo con la edad va produciéndola en menor cantidad.
Para diagnosticar una intolerancia a la lactosa se puede hacer una prueba en sangre, en aliento o en heces (que es generalmente la que se utiliza para el diagnóstico en niños pequeños).
La mejor forma de tratar una intolerancia a la lactosa es evitar consumirla, aunque algunas personas la toleran en pequeñas cantidades. La leche deslactosada es especial para quienes padecen esta intolerancia alimentaria y es una magnífica opción para quienes quieren seguir disfrutando del sabor y las ventajas culinarias y nutricias de la leche. Otros alimentos lácteos como el yogurt son bien tolerados por contener pequeñas cantidades de lactasa, gracias a su procesamiento.
Debido a que los lácteos son fuente importante de proteína y calcio en la dieta, si se evitan por completo es importante asegurar un consumo adecuado de dichos nutrimentos provenientes de otras fuentes. La carne, pollo, pescado, huevo y las leguminosas son buenas fuentes de proteína; el tofu, el brócoli, las naranjas y las tortillas nixtamalizadas son ejemplos de buenas fuentes de calcio.
Intolerancia al gluten
El gluten es un tipo de proteína presente en el trigo, la avena, el centeno y la cebada. Una pequeña porción de dicha proteína llamada gliadina es capaz de lastimar la mucosa del intestino en personas intolerantes a ella.
Los síntomas más comunes de la intolerancia al gluten son debilidad, pérdida de apetito, diarrea, inflamación y dolor abdominal.
La intolerancia al gluten puede manifestarse a cualquier edad, pero es especialmente riesgosa en los niños debido a que ocasiona una mala absorción de nutrimentos, así que su habilidad para crecer, aprender y su comportamiento pueden verse afectados.
Para tratar la intolerancia al gluten diagnosticada es preciso eliminar de la dieta todos los alimentos que puedan contenerlo pues sólo en su ausencia podrá reparase la mucosa del intestino y permitir su buen funcionamiento. Eliminar de la dieta todos los productos que puedan contener gluten es una tarea complicada, especialmente en el caso de los niños pequeños, pues muchos alimentos de consumo habitual y alimentos procesados lo contienen; sin embrago, con un poco de esfuerzo y planeación es posible llevar una dieta normal.
Como se mencionó antes, es necesario evitar los alimentos en cuya preparación haya trigo, cebada, avena y/o centeno. Los alimentos de ese mismo grupo que pueden consumirse son los derivados de maíz, arroz y papa.
Si sospechas que tú o algún familiar tiene intolerancia a alimentos, busca ayuda profesional especializada, pues estos padecimientos no son fáciles de diferenciar de otros. Un mal diagnóstico y/o tratamiento pone en peligro la salud nutricia y por lo tanto la salud general de quien lo recibe; en cambio, un buen diagnóstico, con una dieta adecuada, son la clave para llevar una vida normal y en salud.