Sentimiento aprendido
En la infancia:
Los sentimientos se aprenden a manejar y manifestar en la convivencia diaria con los demás, por ello, de nosotros depende el aprendizaje que nuestros hijos adquieran en lo afectivo. Por: Laura Espinosa
Cultivo personal de los sentimientos
Cada uno nace con una dotación afectiva y con la capacidad de experimentar todos los sentimientos: amor, miedo, alegría, odio, tristeza, esperanza, etcétera, pero la capacidad de distinguirlos y expresarlos se va desarrollando en la convivencia con otros. Es decir, los sentimientos nacen de nuestro mundo interior, en contacto con las personas.
Los sentimientos surgen de manera espontánea, pero según los vayas valorando y ponderando, el corazón irá formando buenos hábitos, buenas disposiciones afectivas.
Por ello, antes de adentrar a nuestros hijos en el mundo de la afectividad debemos aprender de nuestro propio sentir. El primer paso es revisar nuestros sentimientos y personalizarlos.
Se personaliza un sentimiento cuando se asume o se rechaza lo que se siente.
El rechazar consiste en aceptar que cierto sentimiento no se quiere, no se reconoce como propio y con libertad personal se deja ir, por ejemplo el sentimiento de venganza.
La voluntad puede decapitar ciertos sentimientos, teniendo como base un corazón recto. Si algún sentimiento es contrario a lo que quieres vivir, puedes reconocerlo y decidir no hacer nada con él, y permitir que crezcan las buenas disposiciones del corazón. Y eso mismo aprenderán tus hijos de ti.
Valoración del sentimiento
El manejo de la afectividad es una habilidad que se debe combinar con el pensamiento y con la acción. Por eso, cada sentimiento implica una valoración espontánea de lo que estoy viviendo. Tanto la valoración positiva (el placer), como la negativa (el desagrado), son necesarias para la vida, y ambas tienen un carácter funcional porque indican cómo actuar. Hoy en día se quiere evitar a toda costa la experiencia desagradable, aquello que no nos gusta, y se busca sólo el placer, pero debemos saber (y es necesario comunicárselo a nuestros hijos) que esto no es el sentido único de la vida.
Los sentimientos cambian nuestro mundo interior constantemente: alegría- tristeza, temor-atrevimiento, esperanza-pesimismo… Los sentimientos son como los colores. El color blanco es blanco, pero hay blanco nieve, blanco marfil, blanco grisáceo…, y esto sucede con los sentimientos, ya que cada uno tiene mayor o menor intensidad y nos afecta de diferente manera, además, de ellos depende nuestra actitud. Esto te ayudará a entender mejor a tus hijos y a comprender por qué hay tantos matices en la vida afectiva.
Por otro lado, los sentimientos nos disponen a actuar. Son una fuerza que empuja y configura la acción. Cada sentimiento tiene dentro de sí una fuerza potencial que debemos controlar.
Formación de los sentimientos en la infancia
Debemos saber que no se educa a la afectividad, sino a la persona. La educación debe tener presente las tres dimensiones: cognoscitiva (el intelecto), afectiva (los sentimientos) y activa (la acción), aunque muchas veces alguna pese más, según lo que se está enseñando.
Para adentrar a tus hijos en los diferentes campos del desarrollo afectivo debes enseñarles a:
- Discernir y nombrar los sentimientos, ya que esto ayuda a los niños a distinguir lo que sienten.
- Valorar la objetividad, es decir, que no exageren, que su sentir no sea desproporcionado y que tenga una causa real, con fundamento.
- Descubrir la calidad de los sentimientos: comparar los sentimientos con las cualidades positivas que perfeccionan a la persona. Hay que ver si los sentimientos encierran una virtud o un vicio. Hay que saber valorar los sentimientos.
- Dominar el impulso de la acción: no dejarse llevar por los sentimientos y actuar sin pensar; ser dueños de uno mismo.
La afectividad se desarrolla con la ayuda de los educadores, que por lo general son los padres. Una persona no es capaz de amar si no ha sido amada. Pero aun con los mejores educadores, la afectividad no se cumple sin el ejercicio de la libertad.
Todos necesitamos una guía, y de nosotros depende hacer rendir para bien esa dotación afectiva mediante nuestra libertad, ya que cada uno es dueño de su propia vida, de su ser y de sus acciones. Por ello, debemos guiar a nuestros hijos, ayudándolos, estimulándolos y enseñándolos a ser responsables de sus sentimientos, y a que midan las palabras, las frases destructivas y las ofensas para buscar una vida que construya, que dé paz.
Enseñemos a nuestros hijos que cada uno debe gestionar su vida afectiva y buscar que la afectividad no sea un obstáculo; hay que manejar los sentimientos para que ellos no nos manejen a nosotros. Cada uno debe hacerse cargo de su mundo interior.