El difícil arte de no hacer nada
Por: Guadalupe Alemán Lascurain
Muchas madres de familia se parten en dos durante las temidas “vacaciones” para entretener a los niños que están de ociosos. Si alguna se atreve a quejarse (o a bajar el ritmo de trabajo), corre el riesgo de ser mal vista por el resto de las hormigas chambeadoras que la rodean en el trabajo.
Parecería que en nuestra cultura contemporánea, descansar es un pecado. Si echamos un vistazo a los estantes de cualquier librería, encontraremos decenas de libros con títulos como: Multitasking: haciendo veinte cosas a la vez, El día de treinta horas o Manual de la mujer altamente efectiva. A mí, en lo personal, toda esta conspiración para volvernos más productivos (léase: para hacernos trabajar como mulas) me parece francamente ofensiva. Estoy segura de que si me lo propongo, puedo hacer manualidades para mi bebé al tiempo que escucho lecciones de mandarín en un audiolibro y vigilo el pollo que se cuece en el horno, pero el hecho es que no se me da la gana. Tampoco se me da la gana “aprovechar” la hora de comer que me dan en la oficina para subirme a una caminadora a dar vueltas como hamster, ni sentirme culpable porque de vez en cuando me tiro boca arriba en el pasto a ver pasar las nubes. Lo confieso: soy una defensora de eso que antes se conocía como legítimo descanso o tiempo libre, y hoy se llama “perder el tiempo”.
Más allá de mi propia necesidad de “poner pausa” ocasionalmente –necesidad que defiendo a capa y a espada− tengo otra razón para cuestionar nuestros hábitos de trabajo compulsivo: sospecho que el acelerado ritmo de vida del siglo XXI contribuye a que las parejas truenen como ejotes. Ni él ni ella sienten que pueden “darse el lujo” (noten las comillas, por favor) de sentarse juntos durante una hora al día para platicar bobadas, chismear, contar chistes o estar juntos en silencio… simplemente estar. Si alguno de los dos se tumba a dormir la siesta a media tarde, más le vale decir que se encuentra a las puertas de la muerte. Cada fin de semana, los dos se sienten obligados a programar múltiples actividades, viajes y/o eventos sociales, pues todo se vale en este mundo excepto no tener “plan”. Y claro, al cabo de unos años, resulta que los planes se han convertido en coartadas perfectas para ya no enfrentarse el uno al otro.
En resumen: las parejas que “derrochan” el tiempo cuando están juntas, tienen mayores probabilidades de seguir juntas a lo largo del tiempo. ¿Por qué no aprovechar el verano para desacelerarnos un poco y reencontrarnos con nuestro compañero o compañera de vida?
Aquí algunos consejos que pueden ayudarles a practicar en pareja el difícil arte de no hacer nada (excepto convivir):
- Cuestionen su programación. De acuerdo con la sabiduría oriental, nuestra manía por abarcar demasiado es tóxica y de paso, improductiva. Los budistas sugieren: “haz menos para lograr más”. Los filósofos taoístas también opinaron algo al respecto: “un hombre verdaderamente bueno es el que no hace nada, y a la vez no le queda nada por hacer”. Y no es que Lao-Tsé o Buda hayan sido un par de inútiles: ambos comprendían que cuando nuestros actos provienen de la paz interna, resultan mucho más poderosos. Aunque en teoría podemos estar de acuerdo con ellos, en la práctica hemos sido programados desde bebés para ser como el famoso conejo de Alicia (sí, la del País de las Maravillas), que corre incesantemente hacia ninguna parte mientras mira el reloj y exclama: “¡me voy, me voy, que se hace tarde hoy!”. Conviene ponerle un alto al conejo que todos llevamos dentro. Si practican lo suficiente, poco a poco tú y tu pareja podrán dejar de estar siempre “ocupados” sin sentirse culpables.
- Pregúntense: ¿de qué están huyendo? Luis y Nuria son incapaces de sentarse durante cinco minutos en el sillón de su propia sala, a menos de que la televisión esté encendida o haya invitados. Los fines de semana que no logran huir de la ciudad buscan todo tipo de excusas para salir de la casa o llenarse de chamba extra: que si falta cilantro, que si urge cambiar ese foco, que si es cumpleaños de la tía abuela Romualda… En fin, podría decirse que son personas “altamente motivadas, activas y eficientes”, según la jerga empresarial de moda. También podría decirse que tienen terror de estar a solas y en silencio consigo mismos, ya no digamos con el de al lado. ¿Te parece que tú y tu pareja están confundiendo la “vida activa” con la evasión permanente? Entonces es hora de sentarse, callarse y mirarse un buen rato en el espejo.
- Aprendan a deshacerse de lo que no importa. Todos hemos exclamado alguna vez: “¡Es que el tiempo no alcanza para nada!” Sin embargo, un breve vistazo a nuestra “ocupadísima” agenda podría revelar que dedicamos demasiada energía a actividades que en el fondo nos valen un reverendo pepino: la inauguración del changarro del primo segundo de un amigo; la búsqueda del detergente más barato de la zona, la larguísima llamada telefónica con esa prima parlanchina que nunca sabe a qué horas colgar; la remodelación del comedor en donde jamás nos sentamos, el favor que quedamos de hacerle a la novia de un cuate que ni nos cae bien, etcétera. Para conquistar la libertad interna que nos permite no hacer nada, todos esos obstáculos deben ser aniquilados sin piedad. Así que no se tienten el corazón: vendan o regalen los objetos que ya no usen, borren de su directorio telefónico todos los nombres que merezcan ser borrados y digan NO a cualquier actividad prescindible que les resulte tediosa y absurda. Se camina mejor por la vida con un equipaje ligero.
- Recuerden: el tiempo libre debe ser LIBRE. Suena obvio, pero traemos tanta cuerda, que abordamos este asunto del “descanso” con el mismo ánimo compulsivo con el que hacemos todo lo demás. Ya no se trata tan sólo de andar en bicicleta el sábado, sino de poseer la bici mejor equipada para darle en la torre al vecino que también pedalea por la misma colinita que nosotros. No basta con quedarse en casa a disfrutar del jardín: hay que volverse experto en plantas de ornato y manejar hasta Xochimilco para pelearse con la marchanta que no quiere bajar el precio de los arrayanes. Va un mini-test: ¿agradeces la llegada del lunes, porque al fin liberarás en la oficina el estrés acumulado durante el fin de semana? En caso de que hayas respondido afirmativamente, urge que empieces a aprender el verdadero significado de la palabra “ocio”. Para ello, los vagos profesionales recomiendan numerosas anti-actividades. Por ejemplo:
- Salgan a caminar sin rumbo fijo y sin límite de tiempo. El verbo “deambular” se inventó para eso.
- Consigan una cartulina y unas crayolas. Dibujen algo, lo que vaya saliendo en el momento.
- Siéntense a tomar té.
- Vayan a pescar sin anzuelo. Mediten.
- (Desde barajas hasta un juego de mesa o un videojuego).
- Paseen por un jardín.
- Tírense boca abajo en el pasto a contemplar hormigas.
- Vayan al mercado a chacharear y a comer fritangas, sin un objetivo claro en mente.
- Acuéstense a dormir la siesta bajo el sol.
- Platiquen con su mascota.
- Aprendan de sus hijos: los niños nunca están estresados, nunca posponen un rato de gozo y saben cómo disfrutar el tiempo al máximo. Dejen que ellos pongan el ejemplo.
- Atrévanse a apagar el celular. Tenemos terror a “desconectarnos” durante un par de horas (ya no digamos todo el fin de semana), como si la paz mundial dependiera de la llamada que podríamos recibir en el momento más inesperado. Robinson Crusoe sobrevivió durante años en una isla desierta: nosotros podemos funcionar un rato sin televisión, internet y teléfono. “¿¿Cómo??” exclamará alguna lectora, horrorizada. “¿¿Y si pasa algo importante??” Bueno, también debería de estar pasando “algo” importante entre tu pareja y tú. Tal vez unas horas de silencio, sin interrupciones del mundo exterior, sean justo lo que necesitan para averiguar de qué se trata.