¡No grites! Lastimas…
Una persona segura de sí misma no necesita gritar para hacerse oír. No hay peor maestro en el mundo, sea padre, madre o preceptor, que el que trata de imponer sus enseñanzas a gritos. Educar es enseñar con buenos ejemplos, palabras suaves y argumentos convincentes.
En la medida en que se tiende a querer arreglar todos los problemas a gritos, todos tendrán que empezar a gritar más fuerte para hacerse oír, entre el vocerío de los demás. Ese ambiente afecta la salud emocional de todos los participantes y de los niños en particular, que aprenden a no “escuchar” lo que se les grita.
De la teoría a la práctica
Ya en la práctica y bajo las intensas presiones a las que se encuentran sometidos los padres de familia, tanto por el cuidado de los hijos como por el cumplimiento de sus múltiples y variadas tareas y responsabilidades, no resulta tan sencillo cumplir este propósito de educar, sin llegar a los gritos.
Para lograrlo, te brindamos algunos consejos fáciles de seguir. que sí se practican cotidianamente; se convertirán en sanos hábitos para la salud emocional de toda la familia.
La “regla de oro” siempre vigente
Actúa siempre como te gustaría que actuaran contigo, poniéndote en el lugar de tus hijos. Piensa en si te gustaría que por cualquier olvido, descuido o desobediencia te humillaran, aterrorizaran con gritos (sí, a los niños, los gritos los asustan y los lastiman mucho, más de lo que tú, como adulto, puedas imaginar) y no te ayudaran a hacerlo mejor, brindándote todo el apoyo que necesitas.
Así que proponte, cuando estés a punto de lanzar el primer grito, contar hasta diez, como aconsejaban antes, mientras recuerdas lo anterior. Así, actuarás siempre con justicia y tú misma te beneficiarás al ir aprendiendo, poco a poco, cómo actuar mejor cada vez y controlarte más. Por cierto, en eso consiste precisamente, el ir madurando como adulto.
El mejor hábito que puede aprenderse
Sé consistente en las reglas y los límites que impones a tus hijos y, de antemano, indica y acuerda con ellos el castigo que recibirán si los transgreden. Cuando eso suceda, en lugar de reaccionar, gritar y acusar, recuérdales con voz suave, pero firmemente, lo que previamente acordaron y cúmplelo, sin hacer excepciones.
Procura, en todo momento y ocasión, sea en el hogar, en el trabajo, en tu vida social, comunicarte siempre con el tono de voz más amable y cortés, de tal modo que se convierta en un hábito tal que llegue a ser como una segunda naturaleza en ti, y especialmente, practícalo en casa.
Si tus niños intentan imponer su voluntad, cuando no es razonable o protestan y hacen berrinches a gritos, simplemente no les hagas caso. Indúcelos a hablar con suavidad y pedir correctamente lo que desean, para lograr sus deseos. Eso los ayudará a formar también ese buen hábito de recurrir a la comunicación y a la razón en lugar de a los gritos.
No reprimas, resuelve
Todos tenemos momentos en que el menor y más absurdo detalle, puede detonar en nosotros un estallido de violencia producida por el cúmulo de cosas no resueltas y que se manifiesta en actitudes agresivas y gritos.
Busca cómo evitar llegar a ellos. En la medida en que te sientas presionada, impaciente, agotada o abrumada, practica técnicas sencillas para ir dejando salir, poco a poco, ese “vapor”. Puede ser desde inspiraciones profundas, pequeñas oraciones, escuchar música suave o alegre, según tu gusto. Pero no reprimas y acumules los malestares cotidianos, por leves que parezcan. Si puedes, por medio de la comunicación, resuelve tus pequeños disgustos con los adultos que te rodean, justo en el momento en que suceden, para recuperar tu bienestar. Pero, especialmente, hazte el propósito de no desquitarte de tus problemas con los más inocentes, tus hijos, haciéndolos el blanco de tus exabruptos.
La alegría, un don maravilloso
Mantén siempre en mente el importante hecho de que la mujer, con su propia conducta, es la que determina el ambiente de su hogar. Forma en ti el hábito de que la alegría predomine en tu carácter. Sé menos exigente e intolerante, desde contigo misma hasta con los demás. Aprende a reírte, más que a enojarte, de los constantes pequeños errores que todos cometemos. Cuando tus hijos hagan algo reprobable, te desobedezcan o cometan una torpeza (como lo hacemos todos, sin importar la edad) tómalo con calma, entiende que están en proceso de aprender, lo cual implica equivocarse y forma parte de ese aprendizaje. Haz que reconozcan lo sucedido, dialogando con ellos con voz suave y buenas razones, estimulándolos para que se esfuercen por hacerlo cada vez mejor.